“Yo quería denunciar porque lo que me había hecho el monje era un delito, pero mis padres tenían miedo”.
Maximo Sanabria y Thiago Abalos// Así cuenta su historia Gabriel Hurtado como empezó su largo y doloroso camino para ser reconocido como víctima abuso sexual por un monje monasterio a los 16 años. Un monje de un monasterio católico situado a las afueras de Barcelona.
El psiquiatra catalán a sus 41 años explica y lleva la mitad de su vida haciendo justicia por su historia en la iglesia “Mi madre creía que el grupo católico de jóvenes scouts de la Abadía de Monserrat era muy seguro, pero desgraciadamente era un sitio mucho más peligroso de lo que aparentaba”
Han sido más de dos décadas en las que Miguel lo ha intentado casi todo para denunciar lo que le pasó: grabaciones secretas, un documental, un libro, una reunión con el papa Francisco, una campaña de recolección de firmas y, por supuesto, hacer terapia y relatar su testimonio a las autoridades y a la prensa. Tal ha sido su perseverancia que su caso de abusos se ha convertido en uno de los más emblemáticos en España.
EL ABUSO
“Yo lo que pensaba era: si esto me lo ha hecho a mí, se lo puede haber hecho a otros. Hay que encontrar alguna manera de pararle los pies”.
Miguel tenía 17 años en el momento en el que llegó a esa conclusión. Su abusador era el monje Andreu Soler, quien llevaba más de 40 años liderando un grupo de jóvenes scouts en la emblemática Abadía de Montserrat, icono de la cultura catalana.
Se habían conocido un par de años atrás en ese grupo, y el monje poco a poco se había convertido en un guía espiritual al que el joven Miguel le tenía mucha confianza. Tanta que le confesó su angustia al darse cuenta de que era homosexual. “Le dije que era gay, que lo estaba aceptando, que mis padres no lo sabían y que estaba preocupado por cómo se lo podía decir”.
Desde ese momento, el comportamiento del monje empezó a confundir a Miguel. Por un lado era un hombre respetado por la comunidad, carismático, muy preocupado por el bienestar de los jóvenes y que, además, mostraba interés en escucharlo y le ofrecía orientación. Pero, por el otro, era un hombre de 65 años que buscaba estar a solas con él por las noches y que le decía que si “trabajaban juntos, esos impulsos homosexuales se podían curar”.
“Para mí, él era una figura paterna y su discurso era: así como me intereso por tu bienestar y te intento dar consejos sobre la familia, sobre los amigos, también te doy consejos sobre educación sexual”.